martes, 15 de abril de 2014

Consulta.

Entró al lugar de paredes rosas y se apoltronó en el sillón frente al escritorio. Miró hacia la ventana y se eternizó viendo el vaivén de los castaños que afuera meneaban sus hojas al viento, cual anémonas venciéndose ante el portento de la corriente marina. Respiró.

–Anda, cuéntame de él.

–Es misterioso. Tiene un aura de encanto absoluto y seductor detrás de la pantalla de mi móvil rojo. Sus ojos, siempre fijos hacia la cámara, pareciera que me miran sólo a mi, me desnudan, me analizan y paralizan, subiendo la respiración. Dicen cosas, muchas cosas lindas para mí...

"A veces me invitan al pecado. Otras solamente me dicen que me porte bien. Siempre me provocan algo, empero.

Y bajo la vista. Bajo ligeramente los ojos hacia esos labios carnosos, que sonríen sin hacerlo, que echan a volar la imaginación haciendo que en mi cabeza le asigne un tono de voz, una forma de pronunciar sus palabras, palabras solamente para mí. Para nadie más.

A veces enseña el cuerpo, no siempre lo hace. Con el torso con o sin ropa, da cuenta de aquel pecho bien torneado, aquella piel sobre la que resbalan las gotas de agua más afortunadas de la tierra bajo el abrasador sol de tierras lejanas. Su tono, es demostración que hay un balance perfecto entre el negro y el blanco, algo que no es gris de ningún modo. Un marrón con el que los grandes fotógrafos sueñan para sus modelos y que los maquillistas siempre van a intentar. Nunca lo lograrán.

Porque ese marrón está tostado al fuego lento de la sensualidad de quien se sabe hermoso y lo cultiva, lo deja salir, lo exhibe sin pena, sin morbo, sin mancha. Porque cuando ese ardor es natural, es también natural que se muestre, para que aquellos no ungidos con la perfección corpórea puedan soñar con los ojos abiertos.

La planicie abdominal. Esa planicie imperfecta y trabajada que da cuenta de dedicación, de trabajo, de una marcada línea alba que al morboso y curioso llevarán hacia abajo, hacia aquél lugar de las altas aspiraciones y bajas pasiones. Ese lugar donde arde en todos el fuego del infierno de aquél que se atreve a pecar o que ejerce su derecho a darle al cuerpo lo que pide.

Esos pilares. Esos dos acerados pilares que sostienen y cimentan un cuerpo de piedra, una mirada de acero, una cara de ángel que cayó del cielo, que de tan alto caer se tostó en las llamas del purgatorio para resurgir a la superficie. Ese ser tan perfecto que vive conmigo, que llevo a donde voy y que es mío. Ese hombre, que un día me contactó..."

Se quedó embebido en la profundidad del recuerdo, mirando siempre al castaño que asentía bajo el peso del viento, diciéndole que sí, que era natural, que era el indicado.

Por toda respuesta, el otro salió del consultorio, regresó y el muchacho recibió del otro lado del escritorio un sobre.

–Haz lo que nunca hice. Ve con él, persíguelo hasta el fin del mundo de ser necesario, y síguelo si es lo que quieres. Anda, no pierdas tiempo. Vete ya.

No entendió nada hasta que abrió, saliendo, el sobre. El avión salía en sesenta minutos. 

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